Nuestro libro nos cuenta la historia de Natalia, de Granada, y Shani, de Luanda (Angola), desde que nacen hasta que llegan a la vejez.
Natalia lleva una vida normal, con acceso a alimentos, educación, medicinas y hospitales donde puede estar informada de sus enfermedades y atendida por los médicos.
Sin embargo, esta vida no es para nada parecida a la de Shani, la que casi no sobrevivió al parto debido a la mala alimentación de la madre. Shani no va al colegio ni está vacunada contra las enfermedades mortales de África. A los 18 años ya ha sufrido dos partos,de los cuales solo uno de ellos salió bien. A los 30 contrae sida de su compañero, fallecido hace tres años, y apenas puede cuidar de su hijo y trabajar. Finalmente, Shani muere a los 37 años.
Se nos pregunta: ¿Qué debe cambiar, y en qué momentos, para poder reescribir esta historia?
En primer lugar, la madre de Shani debería haber tenido más atención durante su embarazo y durante el parto, ya que eso casi le cuesta la vida a su hija.
Al igual que Natalia, Shani debería haber tenido acceso a la educación y a las medicinas. Eso se lograría construyendo más colegios y hospitales en Angola.
Ya que Shani no puede utilizar medios de protección, a los 18 años ya tiene un hijo, que probablemente tampoco podrá alimentarse, educarse y vacunarse como es debido.
Shani llegó a los 37 años, pero muchísimas personas mueren antes de llegar a esa edad debido a la situación desfavorable en la que viven.
La desigualdad de riqueza y la existencia de países demasiado ricos y otros demasiado pobres es lo que hace posible la vida de muchas personas como Shani. Esta situación debe cambiar.
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